El sopapo electoral

Revista Poder

It’s not dark yet, but it’s getting there.

Bob Dylan

Obsesionados por las causas de los fenómenos políticos, los politólogos hemos olvidado que, además de causas, los fenómenos políticos poseen significados. Que además de correlaciones estadísticas, hace falta hermenéutica. Observar lo sucedido el 10 de abril como un mero hecho “electoral” es un error, y analizarlo, calculadora en mano, intentando predecir trasvases electorales resulta superficial y aun diría irresponsable. Lo ocurrido el 10 de abril es mucho más que unos “resultados electorales”. Es, más bien, la radiografía de un régimen político y económico cuya legitimidad ha sido carcomida por todos lados. Este régimen político y económico que combina democracia y economía de mercado lo apoyamos solo una minoría y ha sido puesto de rodillas. En este momento, da igual si tal crisis de legitimidad es justa o injusta, si proviene de la ignorancia o de la razón; lo concreto es que esto que esperábamos que cuaje en el Perú durante la última década, ha sido herido de gravedad. Es un fracaso mayor. Más de 50% del electorado peruano ha rechazado esta “democracia de mercado” a través de dos opciones populistas y descreídas de las instituciones (y mucho me temo que el electorado de Castañeda también debería ser incluido en este grupo). Para ponerlo en simple, quienes repudian el régimen han ganado en primera vuelta. Esto es una suerte de “golpe de Estado electoral” en la medida en que la ciudadanía se ha manifestado abrumadoramente a favor de las candidaturas que son valoradas por resolver los problemas a patadas y sin detenerse en consideraciones institucionales. Cuando haga falta —ojalá no ocurra—, es el electorado que apoyará un gobierno autoritario.

Al rechazar este régimen, los peruanos han lanzado un gran sopapo al único proyecto con que contábamos desde que cayó el gobierno autoritario de Fujimori. Y el sopapo nos cae a todos quienes lo apoyamos, sin distinciones de candidaturas. Les cae a los empresarios y al gobierno, embobados con sus indicadores frívolos de desarrollo (“Alucina que se duplicó la venta de televisores flat screen en el Mega Plaza: el Perú avanza”), y también le cae a la élite de izquierda (alguna de ella vinculada a la candidatura de Ollanta Humala), que ha trabajado durante la última década. Desde la sociedad civil, desde el Estado y desde organismos internacionales, para fortalecer la democracia, los partidos políticos, la descentralización, los derechos humanos, etcétera… No tratemos de pasar piola: aquí el fracaso es general, de derecha a izquierda. Nos han dicho a todos que nos vayamos a la misma mierda con nuestras instituciones democráticas y nuestra economía de mercado. Creo que mi amigo y colega Martín Tanaka se equivoca al observar estos resultados electorales como la “consecuencia de estrategias en la campaña electoral”. Desde luego, la campaña podría haber modificado en algo el resultado final, pero la triste verdad es que en 22 de los 25 departamentos del Perú la suma de votos por Ollanta Humala y Keiko Fujimori supera el 50%; en 15 departamentos, está por encima de 60%; en 6 departamentos, supera el 70%; y en Ayacucho, la suma de estas opciones rebasa ¡el 80% de los votos! Y ni siquiera es cierto, como dicen algunos analistas, que “Lima” dirimirá la segunda vuelta, pues Keiko y Ollanta ya cosecharon casi la mitad de los votos en la capital. Entonces, lo sucedido no es un detalle de coyuntura, es el rechazo por parte de la mayoría a esto que apoyamos una minoría; es el rechazo masivo, reeditado y radicalizado de la elección del 2006 a la “democracia de mercado”. El primer paso para intentar salvar este régimen que defendemos es dejar de observar lo ocurrido como un “hecho electoral”. Dos gobiernos democráticos han fracasado rotundamente en la vital tarea de legitimar a la democracia y a la economía abierta. Si queremos salvar al sistema, dejémonos de dorar píldoras: esta legitimidad corroída no se resolvía con un “centro” menos disperso. A la luz de cómo se ha comportado nuestra élite, un “centro” unificado hubiera diferido el gran sopapo, pero poco más.

LOS DE ARRIBA: AMNÉSICOS E IRRACIONALES

Una mañana de marzo, cuando apenas faltaban tres semanas para las elecciones generales, uno de los líderes empresariales más importantes del Perú se reunió como cada mes con todos sus trabajadores y, entre otros temas, analizó las posibilidades de los candidatos presidenciales. “Yo veo cuatro candidatos con opción de pasar a la segunda vuelta”, afirmó, y los animó a que meditasen bien su voto. Luego extrajo de una bolsa un PPKuy, lo colocó sobre el podio desde el cual hablaba y sentenció: “Él sabe cómo hacerlo”. Las decenas de trabajadores presentes en el auditorio rieron y aplaudieron a su jefe máximo, mientras otros cientos seguramente lo celebraban vía Internet. Sin embargo, a pocos días de la elección del 10 de abril, los trabajadores bromeaban diciendo que el PPKuy ahora debía estar ahorcado, pues un alto directivo, mano derecha del mandamás, le había confesado a algunos trabajadores que “el gringo no le gana a Humala en segunda vuelta, así que nos regresamos con Toledo”.

Al igual que este gran empresario, la élite limeña se entusiasmó con PPK. El mejor ejemplo es Fritz du Bois, quien a finales de la primera semana de marzo dedicó las portadas de Perú 21 y sus editoriales a levantar a PPK con el cuento de que ya asomaba el “outsider” (sic). Su campaña se fundaba en que el candidato había pasado de 5% a 7% (5 de marzo). ¡Toda una prueba de consistencia y estabilidad para el país! Y entonces se puso la PPKamiseta. Una vez que nuestra élite se enamoró del colorido candidato, los subgerentes quisieron ser como sus patrones, y los subordinados, como sus subgerentes. Con un poco de embauque (¿quién inventó aquello de que PPK la rompía en el sur?) y otro poco de márketing, la doctrina PPKuyista chorreó por Lima y de pronto los jóvenes PPKausas parecían haber fumado PPKetes. El resultado fue un pírrico 18%.

A mí, esto simplemente me saca de órbita. ¿Cuántas veces debe fracasar una campaña millonaria de los medios nacionales en favor de un candidato de derecha, blanco y pituco, y en contra de otro favorecido por los sectores pobres para saber que esa fórmula es un suicidio? Que los jóvenes no lo tengan en mente, bueno, qué le vamos a hacer, pero que gente experimentada y, sobre todo, con millones de dólares invertidos en el país sea tan miope me desconcierta. ¿Quién les hizo creer a los que parten la torta en el Perú que Kuczynski Godard podía trepar como la espuma hasta convertirse en un popular “outsider” de derecha? Francamente, no era tan difícil prever su fracaso. Por ejemplo, si en el verano hubieran leído el libro que Alfredo Torres publicó en el 2010, se habrían enterado de una de sus principales conclusiones: “La derecha pierde. […] Los liberales solo podrían llegar al poder con un candidato que esté más identificado con los sectores emergentes que con las grandes empresas” (p. 173). Vaya, casi con nombre propio. Sin embargo, amnésicos, desplumaron a Toledo creyendo que podrían inventarse un tecnócrata cumbiero. Y luego está la irracionalidad de nuestra élite económica, que creía que un individuo que recoge todos sus votos en Lima podría gobernar el país. Porque PPK fue una ilusión limeña y, ya que solo ha recogido votos en la capital, tendrá una bancada mayoritariamente capitalina. Imaginemos que por gracia de alguna deidad superior PPK conseguía pasar a la segunda vuelta y se imponía ahí gracias a ser “el mal menor” (algo que nunca habría ocurrido, pero especulemos), ¿cómo demonios iba a gobernar el Perú con una coalición tan pequeñita, que no le pertenecía y que era tan transparentemente elitista y limeña? La ausencia de información es madre de las elecciones irracionales. Pobre país, más que élite tiene casta privilegiada.

LOS DE ABAJO: VOLATILIDAD QUE NO ES VOLÁTIL

Todo el mundo habla de la volatilidad del elector peruano. A estas alturas, creo que deberíamos eliminar el uso de la palabreja, pues forma parte de una semántica de la evasión. Llaman “volátil” al pobre elector que ante la falta de partidos duda entre los candidatos en liza. ¿No se dan cuenta de que esto es superficial? El elector cambia sus preferencias individuales porque no hay partidos, pero sus anhelos y repudios respecto de lo que deberían hacer estos candidatos se mantienen. Llamar “volatilidad” a sus inestables preferencias es una forma de menospreciar la desesperación del ciudadano que está en busca de alguien que resuelva sus problemas concretos, los cuales son constantes y estables. Por ejemplo, muchos de quienes votaron por Humala el 2006, en enero de este año pensaban votar por Toledo y, finalmente, regresaron donde el nacionalista. El analista los llamará “volátiles”. Pero, en realidad, estos electores, acertada o erradamente, percibieron en la recta final que sus necesidades de siempre (mejores servicios estatales, asfaltado de una carretera que les permita sacar sus productos con menos costos, que llegase el agua potable, que aumentaran los salarios, etc.) serían conseguidas más eficazmente por Humala que por Toledo. ¿Es volátil nuestro amigo elector? No lo es respecto de sus carencias y anhelos, que son constantes y muy parecidos de elección en elección; sí lo es respecto del pasajero candidato que lo seduce a lo largo de la campaña. Llamarlo “volátil” es la forma solapa de descalificarlo e impedir así que sus necesidades sean tomadas en cuenta seriamente. “Volatilidad” es el superficial término que permite evitarnos la molestia de pensar, más bien, aquello que es constante. Ya termino. El año 2007 publiqué un libro sobre las elecciones peruanas del 2006. Puesto que soy bastante ocioso, les copio aquí el párrafo final de aquel libro:

“La preocupación última de este ensayo es la supervivencia del sistema democrático en el Perú: el de las condiciones para mantenerlo a flote. Las condiciones son muchas, pero he tratado de llamar la atención sobre: (i) la necesidad de reducir la brecha material y simbólica que separa a los dos horizontes bajo los cuales se encuentra la población; y (ii) la aparición de partidos que ordenen la participación política. Creo que el desarrollo de estos dos factores está entrelazado y son aquellos que permitirían contar con un sistema político donde se destierre la incertidumbre cíclica, el portazo electoral malhumorado y esa crónica obligación de los peruanos de votar para ‘salvarse de algo’. De hoy hacia atrás, los peruanos votaron para salvarse del nacionalista, para salvarse de Alan, para salvarse de la dictadura, para salvarse del shock… En última instancia, este ensayo es una reflexión para imaginar un país político en el que las urnas no sean un espacio para ‘salvarnos de algo’. Este ensayo es un esfuerzo, en fin, por pensar un país donde los peruanos podamos votar desde la convicción y no desde la urgencia”.

Sospecho que gracias a nuestra élite económica y a nuestra clase política podré seguir usando este párrafo hasta que me muera.

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