¿Adónde vamos con líderes que lideran nada?*

Revista Poder

Si quieres que un político preste oídos a una propuesta, se afirmó alguna vez en la comedia británica Yes, Minister, ella debe ser breve, simple, barata y popular. Si quieres que sea difícil que le entusiasme, preséntale una larga, complicada, cara y controversial. Pero, concluían, si lo que buscas es que la rechace de plano, dile que ponerla en práctica requerirá de coraje. Los líderes políticos peruanos parecen haber hecho de este diagnóstico su divisa. La ausencia de coraje y liderazgo durante esta campaña ha sido ofensiva. Me refiero, particularmente, a los líderes políticos que no están en esta segunda vuelta y quienes deberían convertirse en los defensores del régimen democrático el día después de mañana. ¿En quién confiamos para defender el régimen democrático en los próximos cinco años? El ideal, desde luego, sería no tener que confiar en personas sino en instituciones, pero ¿quién en su sano juicio cree que nuestras instituciones resistirían ante una buena embestida autoritaria de Keiko Fujimori u Ollanta Humala? Como escribió Luchito Hernández, mi país no es Grecia. No podrán defenderse solas, se requerirá de defensores. Pero… ¿quién?

Las virtudes que hacían de Alejandro Toledo un correcto presidente son las mismas que hacen de él un pésimo opositor. De la Presidencia le gustan el protocolo, los aplausos en el extranjero, la estética del poder más que el poder en sí mismo. Por alguna razón, sabemos que, mal que bien, es un líder que no amenaza a las instituciones. Además, volverse autoritario requeriría mucha chamba. Así que ha aprendido que el Perú necesita un modelo económico con “rostro social”, con “igualdad de oportunidades” y, a veces agrega, “descentralización”. Eso es todo. Pero es suficiente para saber que no nos arruinaría el país, pues, como buen jefe ocioso, delega con responsabilidad y astucia, escoge buenos ministros. Pero en su papel de opositor ni tiene ministros eficientes, ni la paporreta del “rostro social” resulta útil, y se advierte a leguas cuánto carece de convicciones y determinación. Mientras escribo estas líneas (19 de mayo, más de un mes después de la primera vuelta y a dos semanas de la segunda), no tiene posición alguna sobre la encrucijada nacional. Que yo o cualquier otro ciudadano de a pie estemos paralizados ante la disyuntiva es normal, pero ser líder implica liderar, tomar riesgos, pronunciarse. Un líder que solo está midiendo la temperatura de la opinión pública para ver cómo sale mejor librado de una situación difícil no está liderando nada, o sea, no merece ser considerado un líder.

Con toda la plana mayor del PPC rodeándola, Lourdes Flores leyó el “pronunciamiento” oficial del partido respecto de la segunda vuelta. Con una retórica presuntuosa y gesto de drama nacional (cual si se tratase del discurso en el Politeama de González Prada), anunció la banalidad más inocua: “Que cada elector elija a su mal menor”. A ver… ya sabemos que estamos ante un dilema, pero la ciudadanía necesita oír principios, propuestas, convicciones. Amigos políticos que quedaron fuera de la segunda vuelta: si carecen de toda posición en este momento, dejen de pretender que representan algo en este país. Jubílense. Y lo mismo vale para todos. Solo Acción Popular ha tenido el coraje de expresarse abiertamente por una de las dos opciones. Y puedo apostar doble contra sencillo que Alan García y el APRA harán su pronunciamiento el día que aparezca la última encuesta antes de las elecciones.

Gane quien gane la elección del 5 de junio, el país estará dividido política y socialmente, y es muy posible que las protestas de cualquier signo se incrementen, lo cual despertará la tentación de resolverlas a golpes. Si gana Keiko Fujimori, las protestas sociales aumentarán exponencialmente en el interior del país. La prebenda desde el Estado central difícilmente podrá calmar los ánimos. Lo que funcionó para el papá no es seguro que funcione para la hija. Escasean los sedantes anti-chilla. Entonces apostarán por aplastar la protesta y en el camino buscarán erosionar todo canal institucional que pueda impedirles el objetivo. Si gana Ollanta Humala, la vía boliviana se alza en el horizonte. Ojo, para el divorcio boliviano no hizo falta únicamente el liderazgo plebiscitario y populista de Evo Morales, hizo falta también una élite económica racista, necia y golpista. Los grandes medios de comunicación nacionales no deberían olvidar que si, finalmente, consiguen que Keiko Fujimori sea presidenta, habrán alimentado la ira justificada de la mitad del país contra el sistema político nacional (no en una minoría, ¡en la mitad!). Tal vez no habrán inventado el monstruo de la nada, pero le habrán regalado el ímpetu y la legitimidad para actuar monstruosamente.

Lo que quiero decir es que sin importar quien sea el ganador, este deberá enfrentar una gran oposición política y social. De distintos tipos: desde los grandes medios de comunicación y grupos empresariales si gana Humala, desde la calle no limeña si gana Fujimori. Y en el Parlamento, humalistas y fujimoristas se insultarán cual barras bravas. Gane quien gane, entonces, enfrentará una oposición aguerrida. Pero dudo que esto sea equivalente a una oposición democrática. El enfrentamiento entre humalistas y fujimoristas en los próximos cinco años (de nuevo, gane quien gane) promete un escenario de polarización y desprecio por el adversario, que es el primer paso para la erosión del régimen democrático. Y me temo que ambos proyectos comparten la cínica idea de un viejo político francés: la política no es el arte de resolver los problemas sino el de callar a quien los señala.

Que el país no se abisme hacia la bronca general en los próximos cinco años depende en gran medida de la presencia de actores con legitimidad democrática; pasa, también, por no atizar hasta lo irresponsable la disputa. El desafío es que aparezca un bloque democrático que pueda mediar la disputa entre nacionalismo y fujimorismo. No porque de él dependa ser la principal oposición a quien gobierne (esa labor, ya lo sabemos, recaerá en nacionalistas o fujimoristas), sino porque de él dependerá que la bronca generalizada no se lleve en su remolino a las instituciones democráticas.

El problema es que aun cuando existe un electorado con esta disposición a preservar el régimen democrático, este no tiene quién lo represente. Solo es una suma de individuos, de electores sin organizaciones ni liderazgo para defender lo que valoran. Sin partidos y sin líderes, las inertes tribunas de oriente y occidente se aprestan a ver cómo norte y sur, con sus organizadas barras bravas, se apoderan del Estadio Nacional. Creen que hay mal menor para el 5 de junio (y seguramente lo hay), pero no parecen preocuparse por el peligro sistémico y mayor a partir del 28 de julio.

Desde la primera vuelta, somos testigos de un país sin élite política ni económica. Los pocos ricos que tenemos y las precarias clases medias creyeron que democracia y economía de mercado seguirían caminando de la mano, mal que bien, por gracia de dios. Hace muy poco, el gobierno de Alan García intentó sacar de la cárcel a asesinos probados en lo que constituía un microgolpe de Estado. Sin organizaciones democráticas ni liderazgo democrático, solo nos salvamos del atentado al Estado de derecho porque Mario Vargas Llosa (una vez más) obligó al gobierno a retractarse. ¿Puede la democracia de un país depender por largo tiempo de las convicciones y acciones de su intelectual más importante? No por mucho tiempo. Si no aparece algún tipo de colectivo político que agregue los interés de los sectores de la ciudadanía con convicciones democráticas y bajo algún liderazgo claramente democrático, las probabilidades de sobrevivir a la mechadera entre nacionalistas y fujimoristas son bajas. Y si no nos hundimos en el autoritarismo, nos mantendremos enfangados en una democracia mediocre, inestable y siempre al borde de quedarse sin oxígeno.

Al final del Galileo de Bertolt Brecht, un estudiante le increpa al maestro haberse retractado de sus descubrimientos científicos frente a la Iglesia. Galileo, sereno, le responde: “Desgraciado el pueblo que necesita héroes”. Efectivamente, desgraciado. Pero ahí estaremos pronto.

(*) Esta columna fue escrita antes de conocerse el respaldo (“no un cheque en blanco”) de Alejandro Toledo a la candidatura de Ollanta Humala.

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