Revista Poder
I feel like I’ve been here before
Crosby, Stills, Nash & Young
Cuando un extranjero lee nuestros diarios ha de pensar que somos un país entregado al cambio, al experimento permanente. Cotidianamente se señalan mutaciones políticas de todo orden. En cuestión de semanas se afirma que el gobierno se derechiza, que el gabinete se militariza, que se transitó de un primer plan de gobierno a una hoja de ruta para terminar recogiendo un plan traidor; de una semana a la otra Humala pasa de Chávez a Lula y luego se convierte en Lucio Gutiérrez y para cuando aparezca este artículo sabe Dios en quién se habrá convertido el presidente o su gabinete.
Sin embargo, cada día me parece más claro que en el Perú la única novedad es la de la continuidad. La mayor sorpresa, la permanencia. La permanencia de un sistema, de unos hábitos, de una forma de dominación. Es sintomático que en ningún otro país se oiga tan a menudo la expresión ’piloto automático’. Para bien y para mal, una forma de mandar se impone casi sola. Y no pienso especialmente en la continuidad del ‘modelo económico’ (que finalmente hasta puede parecerme positivo); pienso sobre todo en una precariedad política que impide hacer reformas seriamente. Atavismos añejos e inercias contemporáneas se alían para construir este régimen de la repetición, esta constante sensación de seguir dilapidando el mejor momento de la economía peruana en muchas décadas gracias a las viejas y recientes patologías de nuestra política. ¿Puede alguien considerar una primicia que los militares avancen sus fichas lentamente en el gobierno de un país que al igual que Bolivia, Nigeria, Honduras y Madagascar, entre otros, pasó la mitad de su vida independiente –un día no y el otro sí– dominado por regímenes militares? Si se dijo alguna vez que la paz es el intervalo entre dos guerras, en el Perú el gobierno civil es el paréntesis entre dos cuartelazos. Nuestro rasgo político distintivo.
Por otro lado están las inercias contemporáneas. Básicamente, una forma de gobernar y de entender la política estrenada con el fujimorismo: el círculo virtuoso del pragmatismo junto a la bendita virtud de la eficacia. El feligrés más respetado, un ‘independiente’; el apóstol más reconocido, un ‘técnico’. Como entendió Fujimori muy pronto (y luego Toledo, García, y ahora Humala lo viene captando), en lugar de construir un partido, lo importante es armar una bancada parlamentaria. Y los congresistas, por su parte, han aprendido que no más del 20% de ellos podrá reelegirse así que ¿por qué no venderse? Los electores odian tanto a sus políticos que los castigarán sin importar lo que hagan. Íntegros o vendidos, casi todos serán ajusticiados en las urnas. La virtud vive y reina en el Ejecutivo. En términos de ideas, el proyecto de país más audaz se limita a un nuevo programa social de alivio a la pobreza. Y por abajo la vida política fragmentada en regiones que son departamentos, en miles de municipios, en frentes de defensa puntuales y efímeros: habría que escribir la fábula del país que no podía tener oposición, ni en las calles ni en el parlamento.
Tal vez el ascenso del primer ministro Óscar Valdés sea la simbiosis más perfecta de estos atavismos viejos y contemporáneos que nutren nuestra atmósfera de la eterna repetición. Un presidente exmilitar promueve a premier a su ministro del Interior exmilitar porque tiene imagen de ‘eficaz’ mientras que el anterior primer ministro, un civil, padecía una imagen de ‘dialogante’. La atracción de la tradición militarista se completa en el gobierno, por el momento, con algunos asesores influyentes alrededor del presidente.
Ahora bien, paralelas a las inercias históricas corren las de la época contemporánea. Además de exmilitar, el flamante primer ministro es un empresario de éxito. Entre otros negocios, hizo fortuna vendiendo autos usados con timón cambiado en Tacna (lo hizo mientras fue legal). El 2010 decidió debutar en política como candidato a la Presidencia Regional de Tacna encabezando una más de esas combis políticas que recorren sin frenos las rutas electorales del Perú. Su combi se llamaba ‘Recuperemos Tacna’. Obtuvo el 7,86% de los votos. No ganó. Así, hoy tenemos un premier que debutó en política (electoral) hace un par de años, que antes vendía autos y que previamente de eso fue un miembro del Ejército. Nuestro primer ministro es casi el paradigma de la política peruana post 1989, un verdadero ‘independiente’; el emblema de la insoportable levedad del político peruano. ¿Que los politizados años ochenta nos descalabraran el país nos condena de por vida a esta constante improvisación?
Y al día siguiente de su nombramiento nuestra élite, que no es élite, aplaudió la improvisación. Mientras Luis Miguel Castilla fuese ratificado como ministro de Economía y Finanzas habrían aceptado a cualquiera como premier. Aunque no, tal vez exagero, también les gusta un militar que aporree un poco a los bochincheros. Apenas fueron nombrados, hubo que sufrir a Castilla y Valdés en la televisión con un discurso que parecía extraído de la época de Fujimori (¿alguien piensa que no podrían haber sido ministros de Fujimori?), contándonos que este es un gabinete técnico, no es político, es de independientes.
Porque, en realidad, ¿qué cosa es un político independiente? Por un lado, es un puñal en busca de una espalda. Por el otro, una persona improvisada sin capacidad de enfrentar las presiones de grupos organizados. No tiene las convicciones que hacen falta para empujar reformas incómodas, carece de ideas para imaginarlas, no tiene organización social con la cual presionar por dichas reformas y, finalmente, no posee mayor experiencia en el manejo del Estado. Se entiende el aplauso hacia la designación de Valdés de parte de los grupos mejor organizados del país: militares y grandes empresarios. Se reencuentran los viejos amigos de siempre en otra postal con aire de familia.
Pero esta vida política signada por la reproducción no se detiene en los predios del gobierno. Aun más idénticos son los lamentos de la izquierda que, una vez más, va triste y vacía llorando una traición con amargura por aquel que le decía que era su amor y su locura. Inertes víctimas de una nueva felonía por parte de un independiente. Maldita sea, parecía que esta vez habíamos dado con el buen caudillo. Si tan solo la izquierda hubiera recordado una vieja frase de Romeo Grompone: en el Perú se pasa muy rápido de la lucha por el poder a la lucha por la supervivencia.
En su exposición ante el Congreso de la República, el premier declaró que el Perú no está para experimentos ni globos de ensayo. Estamos avisados. Aquí lo único que seguirá cambiando es la sociedad peruana. En el mundo de la política, en cambio, nos seguirán haciendo pasar por el aro del déjà vu.
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