Politólogos

Revista Poder

El verano electoral calienta y los analistas se apuran en señalar novedades en las elecciones generales que se avecinan. El comentarista de derecha constata satisfecho que ya no hay candidato que ponga en peligro el modelo económico. El historicista anuncia que por primera vez en un siglo una derecha sin disimulos se apresta a ganar la elección. El minucioso señala que en esta elección hay mucho candidato chico pero ninguno irremediablemente pitufo, pues todos podrían eventualmente conseguir entre 2% y 10% de votos. El observador de izquierda lamenta la degradación última de la política peruana al descubrir que sus cuadros más queridos se comportan como cualquier otro acomodaticio político nacional. Y el institucionalista de buen corazón subraya el carácter inédito de nuestra democracia, próxima a elegir libre y limpia- mente un cuarto y consecutivo presidente de la República. De esta manera, aun si lo que caracteriza a la política peruana es vivir bajo el hierro del déjà vu, algunas novedades se dejan entrever o, al menos, los observadores nos esmeramos en percibirlas.

Quisiera sumarme al ejercicio con una novedad que no es propia de las elecciones pero que estas hacen visible: los comicios de abril próximo confirman que en el Perú ha surgido en muy poco tiempo una comunidad de politólogos que mejora excepcionalmente nuestro conocimiento sobre la política en nuestro país. Una disciplina cuya importancia se hace patente en el contexto electoral, pero que lo excede. A diferencia de otras disciplinas con una tradición de excelencia académica asentada en décadas, el establecimiento de la ciencia política es reciente. Hasta hace muy poco el mero término “politólogo” era completamente desconocido, y cuando uno se presentaba como tal no era extraño que le respondan: “Ah, qué chévere hablar tantos idiomas”.

El saludable y rápido establecimiento de una comunidad de politólogos nos brinda armas para entender fenómenos nuevos –y no tan nuevos– de la política peruana. Tomemos,   por   ejemplo, la emergencia de César Acuña y su partido APP que ha sido, por mucho, el batacazo de la tempo- rada; el supuesto outsider recién llegado a la política. El ciudadano interesado en este fenómeno puede recurrir a dos libros recientemente escritos por dos politólogos: Becas, bases y votos de Rodrigo Barrenechea (Lima, IEP, 2014), volumen dedicado enteramente a APP y, el segundo, Coaliciones de independientes (Lima, IEP, 2014), de Mauricio Zavaleta, que aborda la manera como se hace política electoral en las regiones y analiza, entre otros casos, a APP. En ambos libros, serios y detallados, el lector (y elector) comprenderá al menos tres cuestiones esenciales de esta candidatura. En primer lugar, que Acuña no es un político improvisado: ha participado en más elecciones que todos los otros candidatos con excepción de Alan García, y ha ganado más elecciones que ninguno (congresista el 2000 y reelecto el 2001; alcalde de Trujillo el 2006, repitió el 2010 y elegido presidente regional de La Libertad el 2014). En segundo lugar, descubrirá la manera fascinante como la Universidad César Vallejo se ha convertido en el verdadero partido político de Acuña y, en términos más generales, entenderá la forma como se hace política en el Perú contemporáneo desde las universidades. Si usted, al escuchar “política universitaria”, piensa en un joven barbón leyendo a Eduardo Galeano, lamento informarle, amigo lector, que se ha quedado en la era Popovic. Ante la ausencia de partidos, una universidad privada como la César Vallejo manejada por un dueño-candidato puede convertirse en una maquinaria política formidable, pues consigue estudiantes-militantes, capacita cuadros-profesores y ofrece un horizonte económico a políticos desamparados entre elección y elección. Finalmente, ambos libros desmenuzan la manera clientelista y patrimonialista como Acuña percibe el poder y los recursos. Los linderos que dividen aquello que le pertenece a él como individuo, a la universidad, a APP, a la municipalidad o al Gobierno regional son, por así decirlo, de geometría variable. Se amoldan a las necesidades de su voluntad y no a las de la ley. En definitiva, al leer sobre la Universidad César Vallejo, APP y César Acuña, uno ya no sabe si se trata de un proyecto económico con ambiciones políticas o uno político de ambiciones económicas.

Además de Acuña, una segunda intriga anima esta elección: el fujimorismo. Aquí, nuevamente, gracias a la naciente generación de politólogos, tenemos investigaciones recientes sobre esta fuerza política. Adriana Urrutia fue la primera en tomarse en serio al fujimorismo, con un largo y cuidadoso trabajo de campo. Tanto en la tesis de maestría (para el Instituto de Estudios Políticos de París, 2011) como en publicaciones subsiguientes, la autora buscó comprender no solo la perseverancia del fujimorismo en el Perú sino, sobre todo, su paulatino fortalecimiento en tanto electorado cautivo e incipiente organización. De un lado, subraya la construcción de una identidad fujimorista labrada desde un sentimiento de persecución y estigmatización durante el posfujimorismo; del otro, muestra la aparición gradual de lo que llama un “medio partidario” fujimorista, esto es, una organización poco estable o institucionalizada, que no llega a ser un “partido”, pero que, en un contexto de debilidad como el peruano, termina siendo relevante. Posteriormente, Carlos Meléndez ha enriquecido esta línea de investigación sobre el fujimorismo al situarlo en el contexto de las derechas existentes en los países andinos; un artículo académico con el cual brinda indicios más claros y generales de cómo el fujimorismo ha ganado gradualmente adeptos y consolidado un mínimo de organización partidaria, para terminar así consiguiendo la posición expectante de hoy.

O sea, nuestras sorpresas electorales no son sorpresas en los predios de la ciencia política. Están detectadas y estudiadas con seriedad y paciencia académica. Ahora bien, las contribuciones de esta disciplina exceden la arena electoral, es decir, el acceso al poder, y generan también aportes sobre el ejercicio del poder. Cuando faltaba mucho para que se pusiera de moda hablar en los periódicos sobre los tecnócratas peruanos, Eduardo Dargent preparaba una tesis doctoral sobre estos. Escribió varios textos académicos sobre las fuentes de su poder y, muy recientemente, publicó el libro de su investigación con la editorial de la Universidad de Cambridge, la más prestigiosa del mundo en lo referido a ciencia política. Quien quiera entender por qué se han hecho fuertes estos actores en el Perú, por qué los técnicos consiguen mandar en unos ministerios pero no en otros, y desentrañar cuán distintos o similares somos al resto de América Latina, no tiene más remedio que leer a Dargent.

Varias otras dimensiones sobre cómo se ejerce el poder en el país cotidianamente han estado bajo la lupa de los politólogos Moisés Arce, profesor en la Universidad de Missouri, por ejemplo, ha estudiado con gran sofisticación la cuestión crucial de las protestas sociales contra la minería en el Perú contemporáneo. En su último libro, y manteniendo una mirada puesta en la región latinoamericana, Arce incide en que la alta conflictividad alrededor de la minería no está asociada principalmente a la importancia económica de este sector en el país, sino a los niveles de fragmentación de los sistemas partidarios. El clientelismo, asimismo, es otra de las prácticas que estructuran la vida política peruana. Pero ¿cuán profunda y perseverante es esta práctica en el Perú contemporáneo tras su utilización indiscriminada bajo el gobierno de Fujimori? Planteándose esta pregunta, la tesis doctoral de Paula Muñoz, profesora e investigadora de la Universidad del Pacífico, obtuvo el año pasado uno de los prestigiosos premios que entrega la Asociación Norteamericana de Ciencia Política (APSA, por sus siglas en inglés). Aunque la tesis sigue inédita, los artículos publicados a partir de ella buscan entender el clientelismo en un contexto como el peruano, donde no hay redes clientelares sostenidas en el tiempo ni por el Estado ni por una sociedad informal y desestructurada, sino que es un clientelismo que se organiza de manera efímera alrededor de las épocas electorales. Finalmente, hoy que se hacen visibles en el Perú los vínculos entre corrupción y prácticas autoritarias en varios Gobiernos regionales y locales, el trabajo comparativo de Carla Cueva, Noelia Chávez y Daniel Encinas (auspiciado por el JNE) sobre los Gobiernos regionales de Áncash y Loreto es indispensable para comprender por qué surgen estas dinámicas en ciertos contextos pero no en otros.

Esta, evidentemente, no es una lista exhaustiva ni de fenómenos estudiados por la ciencia política peruana ni de politólogos nacionales. Tampoco implica que entre ellos primen las coincidencias políticas o teóricas. Yo mismo tengo diferencias de todo tipo con los trabajos mencionados en este artículo. Pero aquí quería hacer el elogio de aquello que los (nos) acerca: una comunidad académica trabajando y produciendo a muy alto nivel, nacional e internacional, sobre las cuestiones esenciales de la política peruana. Esto no significa que todo lo propuesto sea enteramente cierto, pero si queremos dar con esas certezas hoy podemos partir de un cuerpo de textos y proposiciones que permiten entablar una discusión de otro tipo sobre la política peruana. Lo cual, por cierto, no es únicamente creación de individuos, implica el trabajo sostenido de varios departamentos de ciencia política en el país e incluso el esfuerzo de revistas especializadas, como Politai en la Universidad Católica o la Revista Andina de Estudios Políticos en San Marcos que, empujadas por alumnos y profesores, promueven la difusión del nuevo conocimiento. Finalmente, es de celebrar que algunos de los politólogos y politólogas acompañen su investigación académica y especializada con un papel público invaluable, mejorando la discusión nacional, con opiniones fundadas en un conocimiento que procura ser serio y objetivo. Esto, desde luego, enerva al incendiario de Facebook, siempre más interesado en denunciar la realidad que en comprenderla. Aun así, la calidad de la producción de la ciencia política nacional no debe ser evaluada desde el trabajo de opinión sino desde la investigación, la cual, en muy poco tiempo, ha conseguido resultados muy satisfactorios. Así, nuestros ciudadanos amargados, nuestros empresarios siempre despistados y nuestros políticos sin ideas deberían tomar conciencia de que la reciente producción de ciencia política peruana es un arsenal de información importante para pensar un poquito mejor a este desbrujulado país, errante como vaca sin cencerro.

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